Un articulo corto, conciso, pero que dice una gran verdad...siempre podemos echar la culpa y despotricar contra las grandes empresas, pero en verdad de cada uno de nosotros, en cada uno de nuestros gestos, en cada una de nuestras acciones de cada uno de nuestros días, depende.
Enrique Uldemolins Frontera Azul 06/08/2007
Detrás de cada una de las 690 tazas de café que en promedio nos bebemos todos los años los españoles, hay algo más que una aromática infusión. Está tan enraizado en nuestra vida cotidiana el acto casi automático de pedir un café en la barra de un bar, sacarlo de una máquina o preparárnoslo en casa, que rara vez nos preguntamos cosas sobre el producto que tenemos en las manos... Cuando estos días de verano más propicios al haraganeo se pida un café, solo o con hielo, cortado o con leche, mientras disuelve el azúcar o saborea su infusión, cierre los ojos un momento y piense que detrás de las aproximadamente 29.000 millones de tazas de café que nos bebemos cada año en nuestro país hay alrededor de 25 millones de personas en el mundo que se dedican de manera principal o exclusiva a producir esos seis millones de toneladas de grano que hacen falta para llenar nuestra taza.
Para producir ese café que usted tiene delante suyo hay once millones de hectáreas de tierra que se dedican en exclusiva a ese uso (algo así como si Suiza, Bélgica y Holanda fueran una inmensa plantación de este arbusto). Tradicionalmente el cultivo del café se hacía recreando las condiciones del hábitat natural: amparado bajo la sombra de un bosque autóctono y aprovechando el ciclo de nutrientes del propio ecosistema. Este sistema de cultivo tradicional, aún modificando los espacios naturales, mantenía una gran cantidad de fauna y flora, incluyendo especies de pájaros migratorios, mamíferos, especies de árboles... un gran diversidad. Esta forma de producción del café se ha visto alterada por la modernización agrícola que ha generalizado sistemas de cultivo a partir de variedades de café de alta productividad, cultivados al sol y con un uso intensivo de productos químicos. Si desde el punto de vista de la naturaleza el monocultivo acaba con la biodiversidad de los cultivos tradicionales, socialmente, este sistema de producción abre cada vez más la brecha entre los pequeños propietarios y los grandes cultivadores, impulsando un proceso de concentración de la propiedad y forzando a un número creciente de personas que habían hecho del café su forma de vida a buscar nuevas alternativas de subsistencia. Todo ello, en un tiempo rápido y sin redes de protección social que puedan suavizar los procesos de adaptación.
El asunto es que, si queremos, se puede revertir la situación y convertir nuestros gestos cotidianos y triviales en pequeños pasos hacia un mundo diferente. Podemos empezar a construirlo si nos aseguramos que el café que contiene nuestra taza, por nuestro propio interés, es un café de calidad, bueno en todos los sentidos; tiene un origen artesano, producido con técnicas tradicionales; es orgánico, lo que supone que no lo han tratado con productos químicos durante su producción; ha crecido a la sombra de algún bosque tropical y es justo porque en su producción se han tenido en cuenta los intereses y los derechos del productor. ¿Complicado? Menos de lo que parece. Si cuando va tomarse un café pide que este sea “de comercio justo” o un “café sostenible” estará contribuyendo a revertir el deterioro del medio ambiente global y aportando su gesto solidario para construir un mundo más sostenible. Disfrute de su café. A conciencia
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