Si nos detenemos en los datos objetivos, podría creerse que África está al borde del colapso: son centenares de miles los que huyen de sus países para buscar la seguridad y la prosperidad que se les niega en su propia tierra, sin importarles los riesgos, que conducen a menudo a la muerte; la desertización se acelera, como consecuencia, entre otras, de la irresponsable tala de árboles que esquilma al ya exiguo bosque tropical, abocando a millones de personas al hambre y a la sed y agudizando la miseria; a las endemias tradicionales como el paludismo, se ha sumado el sida, que, según los últimos datos publicados, está desangrando al continente entero.
Este panorama -y citamos sólo algunos de los problemas más agudos de unos países ahogados también por las guerras, la represión y la corrupción- no invita al optimismo.
Si nos centramos sólo en la pandemia del sida, vemos que los datos son pavorosos: según Naciones Unidas, 5.000 maestros mueren cada año en Sudáfrica por esta enfermedad, que es causa de la defunción de medio millón de niños en todo el África subsahariana, y ha producido 12 millones de huérfanos; unos 50 millones de africanos han sido contagiados por el VIH en los últimos 20 años, de los cuales han muerto 22 millones; y las predicciones apuntan a que 45 millones más estarán infectados en 2010. Países como Sudáfrica, Malaui o Zimbabue están en una alarmante situación de emergencia, y en otros, como Guinea Ecuatorial, se esconden o se falsifican las cifras de afectados, en un ejercicio de hipocresía política verdaderamente criminal.
No deja de ser descorazonador que estas cosas ocurran en nuestro mundo indiferente y globalizado, en el que la fortuna de las veinte personas más ricas supera el Producto Interior Bruto de varios estados africanos. Pero siendo esto cierto, no caeremos ni en la ingenuidad ni en la demagogia, y creer que los propios africanos somos seres angelicales dominados por otras razas. Como hemos dicho a menudo, las causas de la miseria africana se sintetizan en la alianza perversa entre los racistas, los neocolonialistas y los dictadores locales. Cada africano debería poner algo de su parte para romper esa cadena. Del mismo modo que los habitantes de los países desarrollados pueden hacer algo más que una solidaridad de salón -destinada a lavar sus propias conciencias- para poner coto a tanto escándalo.
Por eso conservamos la esperanza. Igual que se terminó con la esclavitud después de varios siglos de comercio humano; igual que se consiguieron las independencias tras casi un siglo de opresión colonial, podemos aspirar a que finalice esta etapa, caracterizada por una egoísta y despiadada explotación de los recursos sin que importen ni los medios ni las consecuencias.
Será "poco realista", como dicen los pesimistas, o "mero voluntarismo", como apostillan los descreídos; pero no renunciaremos a mantener la fe en el género humano, quizá porque la utopía es nuestro único consuelo. Nuestro mundo debe mantener la ilusión de que el humanismo triunfará sobre el mercantilismo. Es posible, pues otras utopías también se han convertido en realidades asumidas por todas las culturas.
Por eso, los africanos tenemos que seguir buscando la complicidad de los occidentales de buena voluntad, en la seguridad de que esa alianza subvertirá los valores actuales, permitiendo el nacimiento de un mundo nuevo en el cual la justicia y la equidad sean posibles ...los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se queda allí; ni el recuerdo los puede salvar...
29 de agosto de 2008
AUN HAY ESPERANZA
Si nos detenemos en los datos objetivos, podría creerse que África está al borde del colapso: son centenares de miles los que huyen de sus países para buscar la seguridad y la prosperidad que se les niega en su propia tierra, sin importarles los riesgos, que conducen a menudo a la muerte; la desertización se acelera, como consecuencia, entre otras, de la irresponsable tala de árboles que esquilma al ya exiguo bosque tropical, abocando a millones de personas al hambre y a la sed y agudizando la miseria; a las endemias tradicionales como el paludismo, se ha sumado el sida, que, según los últimos datos publicados, está desangrando al continente entero.
Este panorama -y citamos sólo algunos de los problemas más agudos de unos países ahogados también por las guerras, la represión y la corrupción- no invita al optimismo.
Si nos centramos sólo en la pandemia del sida, vemos que los datos son pavorosos: según Naciones Unidas, 5.000 maestros mueren cada año en Sudáfrica por esta enfermedad, que es causa de la defunción de medio millón de niños en todo el África subsahariana, y ha producido 12 millones de huérfanos; unos 50 millones de africanos han sido contagiados por el VIH en los últimos 20 años, de los cuales han muerto 22 millones; y las predicciones apuntan a que 45 millones más estarán infectados en 2010. Países como Sudáfrica, Malaui o Zimbabue están en una alarmante situación de emergencia, y en otros, como Guinea Ecuatorial, se esconden o se falsifican las cifras de afectados, en un ejercicio de hipocresía política verdaderamente criminal.
No deja de ser descorazonador que estas cosas ocurran en nuestro mundo indiferente y globalizado, en el que la fortuna de las veinte personas más ricas supera el Producto Interior Bruto de varios estados africanos. Pero siendo esto cierto, no caeremos ni en la ingenuidad ni en la demagogia, y creer que los propios africanos somos seres angelicales dominados por otras razas. Como hemos dicho a menudo, las causas de la miseria africana se sintetizan en la alianza perversa entre los racistas, los neocolonialistas y los dictadores locales. Cada africano debería poner algo de su parte para romper esa cadena. Del mismo modo que los habitantes de los países desarrollados pueden hacer algo más que una solidaridad de salón -destinada a lavar sus propias conciencias- para poner coto a tanto escándalo.
Por eso conservamos la esperanza. Igual que se terminó con la esclavitud después de varios siglos de comercio humano; igual que se consiguieron las independencias tras casi un siglo de opresión colonial, podemos aspirar a que finalice esta etapa, caracterizada por una egoísta y despiadada explotación de los recursos sin que importen ni los medios ni las consecuencias.
Será "poco realista", como dicen los pesimistas, o "mero voluntarismo", como apostillan los descreídos; pero no renunciaremos a mantener la fe en el género humano, quizá porque la utopía es nuestro único consuelo. Nuestro mundo debe mantener la ilusión de que el humanismo triunfará sobre el mercantilismo. Es posible, pues otras utopías también se han convertido en realidades asumidas por todas las culturas.
Por eso, los africanos tenemos que seguir buscando la complicidad de los occidentales de buena voluntad, en la seguridad de que esa alianza subvertirá los valores actuales, permitiendo el nacimiento de un mundo nuevo en el cual la justicia y la equidad sean posibles 26 de agosto de 2008
CUENTO DE LA PAZ
aquel que osaba renegar de su gobierno. Pero los vencidos se convertían en enemigos opuestos al poder.
El segundo hijo se llevó oro y dinero, con intención de comprar a todos los Condes y Marqueses del reino y amasar una gran fortuna; conseguiría así el reino mas rico y poderoso. Pero cuanto más ricos eran sus aliados, más pobres dejaban por el camino, que nunca se unirían a su causa.
El menor de los príncipes partió solo y caminó durante meses hasta que un día se encontró con otro joven aspirante heredero del reino Luna que también anhelaba una gran victoria. Comenzaron una cruel pelea interrumpida , después de varios días, al escuchar los muchachos un dulce sollozo que parecía provenir de un alma desesperada; aquella tristeza conmovió sus almas.
Se trataba de una dulce niña que lloraba desconsolada junto a la orilla del río que dividía los dos reinos. “¿Por qué lloras, niña?” preguntaron los muchachos. “No puedo unirme a mi abuelito, íbamos en busca de la fórmula de la paz cuando una horda de ejércitos y comerciantes derrumbaron el puente y quedamos separados”
Los dos príncipes decidieron cortésmente aplazar su contienda para ayudar a la delicada chiquilla y a su abuelo. La fórmula de la paz se encontraba en la cima de un monte lejano.
Por el camino, la niña transmitía ingenuamente sus ilusiones futuras, pero el experimentado abuelo le hacía volver a la realidad, explicándole que mientras durase la guerra, aquellas ilusiones no podrían verse cumplidas. Cuando llegaron a la montaña divisaron desde la atalaya ambos reinos, observando que las dos tierras eran iguales. La niña pregunto entonces a su abuelo, cual era la causa de la guerra.
“La ambición de los hombres que les hace enfrentarse y destacar sus diferencias”, contesto el abuelo.
Los príncipes, intrigados, preguntaron al sabio anciano: “¿Por qué los hombres se empeñan en buscar sus diferencias?”. “Si, los hombres luchasen por el bien común, y conviviesen con la armonía que propone la naturaleza, se acabarían las guerras, y los ambiciosos no tendría por qué luchar”, respondió el abuelo. “La venganza y el odio del pasado no dejan a los hombres descubrir que el futuro y la experiencia son fuente de sabiduría, semilla del amor. Aquel que siembre el amor verá brotar la fórmula de la paz, y la paz es la mayor de las victorias”. ¡Justo lo que anhelaban los jóvenes príncipes!
¿Sabéis quien gobernó aquel reino?. El hijo mayor en coalición con el segundo.
23 de agosto de 2008
RESTITUIR LO EXPOLIADO
Los ciudadanos de los países desarrollados se escandalizan ahora de las consecuencias de la globalización cuando, bien mirado, los pueblos autóctonos de Asia, África y América sufrimos desde hace al menos cinco siglos la imposición de un pensamiento único, el europeo. Aunque los manipuladores de la Historia se encargan de alterar o silenciar los hechos y no se reconozca ahora, la realidad es que los europeos se expansionaron por todo el mundo imponiendo su cultura, sus creencias y su visión del mundo, sin importarles exterminar a los habitantes de extensas regiones para establecerse, o desplazar por la fuerza a inmensas poblaciones que trabajasen para su lucro. La casi totalidad de los americanos actuales son los descendientes de los criollos, los colonizadores emigrados que luego se rebelaron contra sus abuelos y sus padres y establecieron nuevas naciones, que han dominado a su antojo, en detrimento de los habitantes nativos, masacrados, relegados social, económica y políticamente, o ignorados o encerrados en reservas. Algo parecido se intentó en África, pero, paradójicamente, nuestra desgracia fue nuestra suerte, pues el clima insalubre frenó la expansión europea, viéndose obligados a establecerse en las regiones más templadas, cuyas consecuencias conocemos todos y que se prolongan hasta hoy.
Un análisis serio y desapasionado permite recordar estas cosas sin que se
considere una actitud revanchista, sino un intento de restablecer la verdad, pues el pasado condiciona el presente, y resulta difícil entender determinados fenómenos actuales si ignoramos lo que sucedió en el pasado. En rigor, los inmigrantes que ahora "invadimos" los países ricos en busca de prosperidad y seguridad no hacemos sino volver los ojos hacia esa parte del mundo enriquecida a costa del expolio de nuestras tierras, prosperidad que les permitió acometer la revolución industrial, que a su vez estableció las bases de lo que entendemos hoy por Estado del bienestar.
Alguna secta afrobrasileña ha desarrollado una teoría, según la cual África está postrada por los tremendos pecados de los africanos, que facilitaron la venta de sus hermanos como esclavos, hipotecaron sus almas al abrazar creencias foráneas y permitieron que sus objetos de culto, los signos de su identidad, fueran expoliados o destruidos; de modo que África no se recuperará mientras no haga una expiación general, un exorcismo colectivo. Cierto o no, la realidad es que los europeos no se limitaron a robar los cuerpos, sino también las almas. Si ya es imposible resucitar a los muertos, sí es posible recuperar la esencia de nuestras almas, reducida a mero "arte", no sólo para aplacar la ira de los antepasados, sino para que nos sea devuelto lo que nos fue expoliado por la rapiña colonial. Quizá la reciente devolución a los etíopes de su obelisco por parte de los italianos sea un signo precursor de una nueva relación entre el mundo desarrollado depredador y los países saqueados a lo largo de siglos.
Se puede extrapolar, pero ciñéndonos a África, quien visite el Museo del Hombre, de París; el British Museum, de Londres; el Museo de Tervuren, en Bruselas; el de Arte Africano, de Washington; el Etnológico de Barcelona o el Nacional de Antropología de Madrid entenderán mejor cuanto digo. En ellos -y en otros muchos, sin olvidar las colecciones particulares- se exhibe lo más importante que ha creado África, desde las terracotas nok, los bronces de Ife o Benín, o las estatuillas y máscaras fang. Lo justo es que esas obras sean restituidas a sus legítimos dueños, pues no fueron elaboradas para ser encerradas en museos, sino que, además, son la esencia de nuestros pueblos y nuestras señas de identidad. Para el africano, el arte no es sólo un objeto estético digno de admiración; cumple también una función social, que perdió su eficacia al ser desperdigada por otros extraños mundos. Su restitución es, pues, una necesidad espiritual, además de una exigencia cultural y política.
16 de agosto de 2008
DOS MESES EN SUDAN
Alrededor del campo está instalada la unidad militar que atacó la zona. Un helicóptero pasó justo encima de nosotros, unos minutos después de nuestra llegada. Los niños empezaron a llorar, los mayores estaban tranquilos. Sin embargo no les iban a atacar más, la zona esta bajo su control ahora. Era simplemente una muestra de fuerza. Estuve pensando qué puede significar para la educación de un niño crecer entre armas, militares, violencia, guerra, etc. ¿Qué será lo que estos niños querrán ser de mayores? ¿Cómo ven su futuro? Hoy en día en el planeta hay alrededor de 300.000 niños soldados con edades entre los 11 y los 17 años. Sudán es uno de los países con mayor número de niños soldados en el mundo.
La personalidad va después
Te sientes, en todo caso, muy 'incomodo' cuando alguien te apunta con un arma. Mucho más si es un niño. Ésta es la imagen más terrorífica a la que me he enfrentado hasta hoy. Imaginad niños armados sobre coches de los cuales han quitado el techo y han instalado bases para sus armas. Estos vehículos corren entre los pueblos y los campamentos. Pocos minutos después, representantes de la unidad militar vinieron a 'conocernos'. Es un control habitual, incluso te dan la mano. Está claro que hay un montón de dilemas éticos en este trabajo y de ellos cuales es éste.
¿Das la mano a los que han matado a personas inocentes? ¿A los que han quemado sus casas? ¿A los que violan a las mujeres cuando encuentran la oportunidad? ¿Y si no la das? Pones en peligro tu seguridad, en el peor caso. En el mejor, creas problemas en tu trabajo, en tu programa... En este momento eres profesional primero y tu personalidad viene después. No te representas a ti, sino a tu organización y sus objetivos. Así, di mi mano. Pensé que debería guardar algo para mí y no sonreí. Los civiles no pueden alejarse de allí. En ocasiones violan a las mujeres si se alejan de los campos para llevar agua a sus familias. Dos soldados violaron una niña de 12 años, otros tres violaron a una mujer que se atrevió a alejarse unos metros, según nos han contado los habitantes.
El campamento es una auténtica cárcel. La comunidad humanitaria puede hacer algunas cosas, pero no puede cambiar la situación, su capacidad es limitada. La comunidad internacional no tiene interés en cambiar la situación, o incluso peor, parte de ella tiene interés en mantenerla como está.
La rutina de las atrocidades
Cuatro horas más tarde, los 100 niños que medimos eran suficientes para darnos una imagen del nivel de malnutrición. Los resultados fueron relativamente positivos: la mitad de ellos en riesgo de malnutrición y 'sólo' dos malnutridos. Me acerqué a la oficina que teníamos en el pueblo. Faltaban hasta las puertas. Vehículos, muebles y equipamiento habían 'volado'. Sólo quedaban las paredes y alguna documentación por el suelo. Habían reventado la caja fuerte. Para mí todo eso era secundario, sin embargo, comprendo la reacción de mi compañera... había trabajado meses en este programa. El mayor problema es la rutina. Eso es lo que me preocupa a nivel personal. Al principio vienes con energía para cambiar algo, pero transcurre el tiempo, ves los helicópteros volando para bombardear, los disparos, las noticias de las violaciones y las demás atrocidades... y se convierten en algo habitual en tu mente. Pierdes el sentido inicial que tenías sobre la muerte de los humanos y, conscientemente o no, piensas que lo que está ocurriendo es lo normal... o quizás menos malo de lo que pensabas antes de llegar. Te acostumbras. Formas parte de ello.
(*) Kyriakos Giaglis forma parte de la red de periodistas ciudadanos de Bottup, un medio de comunicación social online que reune una red social de ciudadanos y ciudadanas interesados en las diferentes realidades que les rodean.
ASI SERA???
OTRO MUNDO ES POSIBLE, SI EL MUNDO QUIERE
13 de agosto de 2008
LENTO PERO VIENE
MANIFIESTO CONTRA LA LEY DE MIGRACION EUROPEA
LA BELLA Y SOCIAL EUROPA
Señores gobernantes y parlamentarios europeos.
Algunos de nuestros antepasados, pocos, muchos o todos, vinieron de Europa.
El mundo entero recibió con generosidad a los trabajadores de la Europa migrante.
Ahora, una nueva ley europea, dictada por la naciente crisis económica, castiga como crimen la libre circulación de las personas, que es un derecho consagrado por la legislación internacional desde hace ya unos cuantos años.
Esto nada tiene de raro, porque desde siempre los trabajadores extranjeros son los chivos emisarios de las crisis de un sistema que los usa mientras los necesita y luego los arroja al tarro de la basura.
Nada tiene de raro, pero mucho tiene de infame.
La amnesia, nada inocente, impide que Europa recuerde que no sería Europa sin la mano de obra barata venida de afuera y sin los servicios que el mundo entero le ha prestado: Europa no sería Europa sin la matanza de los indígenas de las Américas y sin la esclavitud de los hijos del África, por poner sólo un par de ejemplos de esos olvidos.
Europa debería pedir perdón al mundo, o por lo menos darle las gracias, en lugar de consagrar por ley la cacería y el castigo de los trabajadores que a su suelo llegan corridos por el hambre y las guerras que los amos del mundo les regalan.

