9 de noviembre de 2008

INMIGRANTES, ¿INVASORES O CIUDADANOS?

Ultimamente paso todas las semanas por la noche por la estación de metro de Madrid de Avenida América. Al entrar por la boca de metro nada es diferente a cualquier otra estación de Madrid. Pero en cuanto te acercas a las escaleras mecánicas, algo llama la atención. Hay siempre varios policias, a la entrada del Hall, pidiendo los papeles a la gente. Allí están, cerca de las escaleras mecánicas, con un aire serio, amenazante. Pasando a su lado, notas como te examinan, te miran, y supongo que en su cerebro harán una sencilla conexión: sospechoso de "algo" = le pido papeles. En todo este tiempo que he visto esta imagen, nunca me han considerado sospechoso de nada, así que nunca me han parado. No pueden decir lo mismo la gente que sí esta parada cada vez que paso por allí, mientras los policias por un walkie talki comprueban nosequé. Es curioso observar como siempre está parado alguien de color, o con rasgos extranjeros. Supongo que ellos son los sospechosos de "algo". En una ocasión vi como un policía le decía a un chico joven negro: "tienes menos papeles que una liebre". Me pregunto como se sintió en ese momento el chico, totalmente vendido, totalmente indefenso por no tener su foto estampada en un carnet que dijera que sí existe. Me pregunto como me sentiría yo, si estando en una ciudad que no es la mía, sin papeles, cada vez que pasara por una estación estuviera amenazado de que me los pidieran. No sé cual sería mi reacción, no sé que pensaría de los policias ni de la gente que pasa por mi lado sin preocuparse ni prestar atención a lo que me está pasando. Supongo que me sentiría impotente, desolado, sólo, jodido por no poder moverme libremente simplemente por no constar en un registro, por no existir en los papeles y por lo tanto por no existir. Por no poder trabajar con unos derechos. Por no poder formar parte de un mundo que me ha obligado a salir de mi mundo, de mi familia, y que ahora me rechaza porque hay crisis.

En fin, quiero compartir con vosotros estos capítulos que salieron hace un tiempo de CiJ, en la que se analizan una serie de topicos sobre los inmigrantes, y se ofrecen respuestas a ellos.

Partimos de un prejuicio generalizado: existe una “sociedad de acogida” y una “población inmigrante”, perfectamente distintas y diferenciadas. Esta distinción tiene cada día menos sentido, en beneficio de una noción de ciudadanía común. Y sin embargo, cuando se acercan unas elecciones generales, la separación entre nacionales y extranjeros/as recobra su vigencia y su fuerza. Lo que preocupa a la población con derecho a voto, para elegir diputados y senadores a Cortes Generales, no coincide con lo que angustia a la población inmigrante en vías de regularización, o a la que tiene pendiente el logro de la autorización de residencia permanente, o la nacionalidad española. Pero, conforme pasa el tiempo, cada vez más personas que emigraron en su día hacia España se están incorporando al censo ciudadano, con plenos derechos políticos.

Queremos, pues, entablar un diálogo con ese sector de la ciudadanía con derecho a voto, para hacernos cargo de lo que les preocupa y discernir así las cuestiones legítimas de los tópicos consagrados por el uso y la propaganda. Queremos acertar en las preguntas y ayudar a encontrar respuestas. Queremos aportar razones y argumentos para ofrecerlos a quienes lean este cuaderno y demás personas con quienes nuestros lectores puedan compartir su reflexión. Se dice… puede ser la expresión más apropiada para indicar el tópico, el lugar común. Ideas gastadas por el uso, asumidas con apresuramiento, sin examen atento. Ideas contaminadas o manipuladas por la propaganda, por el uso ideológico, pregnadas de temores y miedos. Ideas que, en ocasiones, responden a preocupaciones legítimas y, por eso, necesitan ser discernidas. Ideas que fijan y reducen la comprensión de la realidad y necesitan ampliar horizonteso añadir perspectivas. Hemos seleccionado catorce tópicos de donde se siguen otras tantas cuestiones. Trataremos de responderlas con la brevedad necesaria para que nos ayuden a pensar y hacer el tránsito de la propaganda a la realidad.

1. Se dice que la avalancha de inmigrantes es imparable, y se dice también que necesitamos cientos de miles de inmigrantes para sostener nuestro sistema económico y social. ¿A qué debemos atenernos?

Algunos medios de comunicación y algunos responsables políticos han ido construyendo la imagen de la inmigración como una “invasión no deseada” de personas procedentes de otros países. En consecuencia, se imponen unas políticas muy rígidas que podrían expresarse así:

– Si la causa de su llegada depende de la mera voluntad de las personas migrantes, actuales o potenciales, su aceptación debe ser tratada exclusivamente “de fronteras hacia adentro”, esto es, por el impacto real o supuesto que tienen en las sociedades receptoras.

– Los países receptores han de evitar el “efecto llamada”, vinculado exclusivamente a las políticas de regularización administrativa de las personas migrantes.

– Las políticas “de inmigración” deben centrarse en el control de fronteras, en las medidas “disuasorias” (legislación restrictiva en el acceso a la regularidad y lesiva de los derechos del inmigrante), y en fomentar políticas de retorno.

– Las políticas “de integración” se plantean exclusivamente para las personas migrantes que se encuentran en situación administrativa regular. Deberán exigir “asimilación”; y estar condicionadas a la “normalidad” social y económica, a la “buena convivencia” y a la ausencia de todo acto “delictivo”.

– La no aceptación de este “contrato” justificaría las políticas de expulsión o repatriación, los Centros de Internamiento para Extranjeros, y la “criminalización” de las personas migrantes indocumentadas, cuya única falta –no “delito”– es carecer de un permiso de residencia en vigor.

Pero todo este razonamiento resulta una visión simplificada y errónea de una realidad mucho más compleja y positiva. La cuestión de las migraciones concretas y de los movimientos migratorios actuales se puede resumir del siguiente modo:

– Los emigrantes se van de sus países porque no tienen alternativa y vienen a los países desarrollados porque aquí les necesitamos.

– Las sociedades receptoras necesitamos que sigan viniendo y, además, que vengan para quedarse.

– Supuesto este doble “efecto expulsión” (push) y “efecto llamada” (pull), hay una necesidad urgente de sustituir las políticas basadas, sólo o principalmente, en el control de flujos, por otras políticas de integración; y hay otra necesidad de construir un proyecto de sociedad común e incluyente. La clave para comprender adecuadamente en qué consisten el “efecto expulsión” y el “efecto llamada”, y su complementariedad, es la enorme desigualdad internacional. Las condiciones de vida reales y cotidianas de la mayor parte de la humanidad todavía no permiten un desarrollo humano ni siquiera mínimamente aceptable.

El subdesarrollo tiene causas concretas cuyo origen hay que buscar, en muchas ocasiones, si no en todas, en los países enriquecidos y empobrecedores del Norte desarrollado
. En este sentido, nuestros “países desarrollados” son los auténticos causantes del efecto expulsión que da lugar a los actuales movimientos migratorios. Al empobrecimiento del Sur corresponde el enriquecimiento del Norte, y este abismo de la desigualdad –o dos caras de una sola realidad– configura el escenario en el que las migraciones surgen como estrategia de desarrollo personal y familiar. La mera cuestión del nacimiento (familia, ubicación geográfica, etc.) no puede justificar por sí sola el acceso-exclusión al desarrollo humano de cada persona concreta.

Dada la insuficiencia de una cooperación para el desarrollo y la negativa de los países del Norte a promover eficazmente el desarrollo del Sur, los movimientos migratorios se convierten así en una restitución que tiene su origen en una rebelión silenciosa y pacífica ante la desigualdad y el subdesarrollo impuestos.

El auténtico “efecto llamada” no lo provocan unas regularizaciones administrativas, sino los elementos de bienestar que caracterizan las condiciones de vida reales de una parte de la población de los países desarrollados. Incluso aunque la desigualdad internacional fuera menor, los países desarrollados seguirían necesitando de la llegada de personas extranjeras debido al envejecimiento, estancamiento e incluso disminución de su población autóctona. La entrada de personas extranjeras es ya una condición de posibilidad para mantener y aumentar los niveles de bienestar alcanzados en las sociedades desarrolladas. Sin estas personas extranjeras, hombres y mujeres, nuestro bienestar no es posible. De esta forma, y por una necesidad primero demográfica, pero también económica y social, habremos de pasar de las restricciones para la entrada a la competencia entre los diversos países desarrollados para captar “nuevos ciudadanos”.

En resumen, los discursos que suscitan temor a flujos migratorios imparables y que justifican la necesidad socio económica de la inmigración son compatibles, y nacen de una raíz común: el interés unilateral de los países desarrollados. Los factores de expulsión y atracción que fundan los movimientos migratorios sólo se pueden comprender teniendo en cuenta las desigualdades internacionales. Y las políticas migratorias, desde ahí, tienen que concebirse como compensación de las desigualdades y gestión de beneficios socio económicos y culturales conjuntos para las sociedades de origen y de destino.

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